La senda pirenaica GR11 atraviesa al completo la vertiente sur de los Pirineos desde el mar Cantábrico hasta el Mediterráneo, una ruta a pie de 800 Km de longitud y casi 40.000 m de desnivel acumulado en subida con otros tantos de bajada, que requiere muchas jornadas de dura actividad física a la intemperie.
El GR11 no es la única travesía longitudinal señalizada en el Pirineo. El GR10, la más clásica, recorre 900 Km por la vertiente norte entre Hendaya y Banyuls sur Mer, en paralelo al sendero español. Por su parte, la HRP (Haute Route Pyrénéenne) transita de refugio en refugio, próxima a la línea fronteriza casi siempre en suelo francés, con marcas escasas y descendiendo muy poco a los pueblos.
La HRP es la opción más difícil y aventurera, solo apta para montañeros, seguida por el GR11. La distancia y el desnivel son algo menores en la senda española que en el GR10 francés, pero está menos acondicionada y es más alta y solitaria. Los macizos más elevados de la cordillera y las mayores extensiones de roca desnuda por encima del piso forestal se encuentran en España. El GR10 sobrepasa en un solo punto los 2.500 m, considerados el umbral de la alta montaña, mientras que el GR11 lo hace una docena de veces. En los más de 500 Km de recorrido entre Zuriza y Molló, el tramo central del GR11 solo baja en una ocasión de los 1.000 m de altitud, al llegar a La Guingueta d’Àneu (950 m), y tiene muchos finales de etapa en refugios de montaña situados por encima de los 2.000 m.
El GR11 es un sendero límite, cuyas marcas de pintura blanca y roja nos adentran en parajes agrestes donde hay escasez de carreteras, cobertura telefónica, cobijo o alguien a quien preguntar. El medio que atraviesa no siempre puede evitar terrenos escarpados, plantea problemas de orientación a pesar de las señales, y exige un considerable esfuerzo. Aun sin dificultades técnicas en verano, incluye bastantes tramos incómodos y algunos, como el del collado de Añisclo, francamente peligrosos.
El GR11 no es un paseo por el parque, y no es comparable al camino de Santiago ni una ruta de iniciación aconsejable para caminantes solitarios. Tampoco debe subestimarse por montañeros expertos, mucho menos fuera del periodo estival (mediados de julio a comienzos de octubre), cuando la nieve helada puede cubrir los pasos altos.
¿Por qué querría seguir este duro camino cualquiera en su sano juicio? Como explicaba alguien, caminar es una de las actividades más placenteras que existen. Ahora que no hay que hacerlo por obligación, el acto elemental de desplazarse entre dos lugares dando un paso tras otro es una burla a la modernidad, algo casi subversivo en un mundo sofisticado y tecnológico donde todo debe tener una finalidad y un precio.
Andar es dar una patada al consumismo, a la productividad y a la eficiencia, un reajuste del tiempo y del paisaje a la pequeña escala del ser humano y un acercamiento a la realidad con otra mirada. Quizá por ello en casi todos los sitios, caseríos perdidos u hoteles de cuatro estrellas, suele verse con simpatía a quienes llegan andando.
Hacerlo a lo largo de una cordillera completa, con un escenario nuevo cada día a veces sublime, permite descubrir su geografía física y humana y nos ayuda a apreciar el mundo en que vivimos. Atravesar un continente, aunque sea por su parte más estrecha, es también una pequeña aventura que despierta sensaciones primarias como el hambre, el cansancio o incluso el miedo. La forma de superarlas aporta cierto conocimiento de uno mismo. Viajar, sobre todo a pie, es siempre una revelación y una mirada hacia el interior.
Y como en todo viaje, uno de los placeres es el regreso, volver a la zona de confort para ordenar recuerdos y compartirlos con los compañeros o con quienes no lo fueron, aplicando el filtro de la memoria, que suele dejar paso a lo positivo. Para ello hemos creado este sitio …